Lo habitual y lógico es que los padres tomen decisiones por sus hijos; las toman pensando en lo mejor para ellos. Quieren que se les acepte, que no se les margine. Quieren que se sientan comprendidos, pero no perdonados. Quieren que se conozcan a sí mismos, pero que no se sientan etiquetados.
Por eso deciden, en algunas ocasiones , no hablarle de su diagnóstico. Les dicen que tiene “problemas de atención”, y que “aprende de manera diferente” que otros niños. Les aseguran que llegarán tan lejos como los demás; sólo tiene que trabajar para conseguirlo. A veces deciden empezar con terapia en lugar de medicación y les explican que su terapeuta le ayudará a aprender nuevas formas de organizarse y será alguien más con quien hablar.
No quieren que se sienta como si le pasara algo “malo”, así que su diagnóstico de TDAH se convierte en “su secreto”; aprender a concentrarse es su desafío.
Mejoran poco a poco , contando con un plan y todo tipo de adaptaciones y reuniones con profesores, se comienza la superación de los problemas y, con ella, nuevas formas de actuar. En la escuela, se informa a los profesores sobre su TDAH y lo que se necesita para que tenga éxito en clase y en general, en el centro.
Se centran tanto en las necesidades de sus hijos , que no se percatan que ellos nunca han oído el término “TDAH”. Hasta que llegan a casa un día y dicen : “Mamá/Papá, la profesora me ha llevado aparte y ha hablado conmigo de mi TDAH”, en ese momento los padres se alarman por el trauma que, están seguros, va a sufrir al conocer su diagnóstico.
Pero la verdad es que no suele ocurrir nada de eso. Su hijo le cuenta sobre las adaptaciones y estrategias que están llevando a cabo en clase y , sobre todo, les asombra como dice “mi TDAH” una y otra y otra vez, explicando a los padres que ese es el nombre de su problema de concentración, y que si le cuesta tanto trabajo prestar atención; es porque tiene TDAH.
En esos momentos aprenden una lección valiosa: No tienen que salvar a sus hijos del nombre de un diagnóstico amenazador. Ellos ya saben que son diferentes. Estaba viviendo esos desafíos. Al mantener en secreto el nombre, el diagnóstico, no están salvando a nadie. El secreto de adultos ha estado gritándole en su cabeza durante años. Ese monstruo que le había perseguido todos los días tenía ahora un nombre; y ese nombre era todo lo que su hijo necesitaba para separar a su propio yo de su discapacidad y sería la clave para que comprendiera sus dificultades .
Y es que un diagnóstico puede ser liberador, porque explica a qué se debe lo que le ocurre, despeja temores y secretos , y aclara comportamientos y actuaciones.
Los hijos tienen derecho a conocerlo de primera mano, ya que son los primeros afectados.
Carmelo Pérez García
Psicólogo de Ampachico
( Basado en un artículo de Amanda Meneses)